20 oct 2010

De libro – Betina Goransky & Sergio Gaut vel Hartman

La admisora de la obra social que me deriva pacientes de la zona de Olivos está más loca que un plumero o por lo menos bastante perturbada, ya que todos los últimos casos que me envió parecían sacados de la página 301 del DSM IV. La cosa empezó con la señora Salinas, una mujer de unos sesenta años, que se vestía toda de negro, con pañuelo en la cabeza incluido como la bruja del cuento de Blancanieves, una depresiva tan típica que no se podía creer. Ana Lopresti, la del miércoles, era una maníaca a la que le temblaba todo el cuerpo y miraba demasiado hacia al balcón. ¿Estaría pensando en tirarse? Por las dudas dejé marcado el número de emergencias en el celular. El caso del perverso señor Ordoñez, que portaba una Biblia en el morral y se levantaba pendejos por avenida Santa Fe era aún más evidente y típico. Pero el colmo fue un joven de treinta años, Héctor Anera. Tardamos veinte minutos para llegar al consultorio por culpa de todos los rituales que tuvo que cumplir. Paso a describirlos: hizo cuatro series de poner el pie derecho para adelante y para atrás, antes de entrar al ascensor, y luego otra igual del izquierdo. Se tomó otros cinco minutos para cerrar la puerta con el codo, sin permitir que yo lo ayudara, de puro caballero. Coronó el asunto cuando, ya en el consultorio se encontró con los portarretratos de mis nietos boca abajo, simplemente porque yo los había dejado así después de limpiarlos y antes de volverlos a ubicar en su sitio. El resto de la sesión la empleé tratando de explicarle que aquello no traía mala suerte y que no se iba a morir de muerte súbita si no cumplía esos pasos rigurosamente. Ni siquiera pude anotar sus datos personales en la ficha.





Cuando terminó la semana no pude evitar que me asaltaran fantasías de casos tradicionales y divertidos como el de la peluquera que tenía un amante rengo y lleno de acné con el que se encontraba en la escalera para tener sexo más adrenalínico o el de aquel joven que se enamoró de su compañero de trabajo porque le hablaba todo el tiempo de las películas de Bergman. También fantaseé con la admisora. La imaginé revisando el DSM IV y buscando, con obsesiva prolijidad, los casos que encajaban a la perfección con los descriptos en el libro para mandármelos sin falta. En esa fantasía estaba incluido el placer que le causaban mi perplejidad y mis deseos de estrangularla.
No obstante, ahora me carcome una duda. La cuarentona histérica que tengo frente a mí y presenta los rasgos justos descriptos en la página 298 del DSM IV, ¿no será la admisora disfrazada?

Tomado de http://brevesnotanbreves.blogspot.com/






http://grupoheliconia.blogspot.com/2010/11/betina-goransky.html


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