18 dic 2010

Oktopode

Su pelo rizado se electriza aún más al acercárseme; es rojo como sangre coagulada y bordea la blancura de su rostro como las serpientes la cara de Medusa. Tiende su mano para que le dé la mía, no puedo rechazarla aunque sepa que en ese gesto va la muerte misma. En mi palma deposita algo aterrador mientras sus ojos no se apartan de los míos. Siento el avanzar de patas espesas, los quelíceros clavándose en mi carne. Me desfiguro. Trepo. De mis dedos van surgiendo hilos de seda que brillan en la fantástica hechura de mallas circulares. Luego de mi cometido, capturada la presa, me descuelgo en agraciado equilibrio. Desde su cama, Franz me observa con atención.
Xna

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