...Caían las sombras de la tarde, el sol horizontal que pasaba entre las ramas le deslumbraba los ojos. Por un lado y por otro, en torno a ella, en las hojas o en el suelo, temblaban unas manchas luminosas, como si unos colibríes al volar hubiesen esparcido sus plumas. El silencio era total; algo suave parecía salir de los árboles; Emma se sentía el corazón, cuyos latidos recomenzaban, y la sangre que corría por su carne como un río de leche. Entonces oyó a lo lejos, más allá del bosque, sobre las otras colinas, un grito vago y prolongado, una voz que se perdía y ella la escuchaba en silencio, mezclándose como una música a las últimas vibraciones de sus nervios alterados.
Gustave Flaubert
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