Señor mío, yo lo amo y usted ni lo imagina. Yo lo sueño y usted ni siquiera me ve estando despierto. Se ha vuelto mi objetivo, la razón de mi existir, el deseo de que amanezca para verlo aparecer tras su ventana. Cada día me pierdo en la espesura de sus cabellos, mi fantasía recorre su cuerpo; en él me vuelvo hiedra, deliro, desmayada sin pudores, bajo sus caricias pretendidas…, y para usted no existo.
Ni siquiera me vislumbra, ni la mísera limosna de su mirada me destina. Soy voyeur de sus pasos, afinadora de sus suspiros, protectora de su cansancio, vestal capaz de ganar el más cruel de los castigos divinos con tal de merecer un solo minuto de su tiempo…, y usted me ignora.
He dejado de comer, usted es mi alimento. He dejado de dormir para observar la oscuridad que lo contiene e intuir dentro de ella su cuerpo abrazado a su almohada. Evito los perfumes para inventar el suyo, elixir de viajero, de tabaco y licor, de instinto, de poeta, de niño.
Usted es mi Narciso, mi Adonis, mi David y mi Apolo…, y usted, ni lo imagina.
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